Por María Lozano Añino
EGIPTO
Los arqueólogos sostienen que tanto sumerios como babilonios introdujeron las técnicas de elaboración de cerveza entre sus vecinos los egipcios. En su cuadro de dioses contaban con Tenenit, que al igual que su predecesora Ninkasi velaba por la calidad de la cerveza, o a Menqèt, diosa que proveía de cerveza a Osiris quien entre otras cosas enseñó a los mortales el arte de elaborarla, pero a ninguno de ellos se les consideró artífice de su invención, dando por hecho que venía de antes. Sin embargo, no pocos historiadores clásicos les atribuyeron su autoría a los egipcios, quizá porque fueron los que realmente perfeccionaron el proceso, dando como resultado una bebida más parecida a la que conocemos hoy en día.
En el Antiguo Egipto, las primeras cerveceras fueron mujeres. Se han encontrado muchas estatuillas que las representan moliendo los granos, tarea que hacían al aire libre, para posteriormente elaborar su hnkt o hekt, en un lugar en la cocina llamado “lo puro” destinado únicamente a este fin.
Es en el Imperio Nuevo cuando aparecen las grandes diferencias de género. La cerveza elaborada en las casas era una cerveza ligera, baja en alcohol para consumo a diario. En los periodos de esplendor dinásticos, se desarrollaron los banquetes y los festivales, eventos en los que se elaboraban cervezas de mayor calidad y complejidad y también más alcohólicas.
Generar tal cantidad de cerveza propició una industria financiada por el estado que estaría presidida por hombres. Algo que se repetirá a lo largo de toda la historia.
En el periodo helenístico, Egipto exporta una evolución de su cerveza llamada zythum, que no resulta del agrado de la Europa pre-romana, (algunos se mofaban de que era tan mala que servía para ablandar el marfil para su talla). Y posteriormente griegos y romanos prefirieron el vino, ya que podían cultivar la vid. Durante las guerras con Roma, Cleopatra VII (la última y más famosa de las Cleopatras) impuso un fuerte tributo a la venta de cerveza para conseguir fondos, lo que además de hacerla bastante impopular, contribuyó a que los romanos que consumían cerveza, la compraran en los mercados de las provincias anexadas, siendo las más preciadas la cerevisia de Galia o la caelia de Hispania, que eran bebidas de una mayor calidad. Así una braciatrix, como los romanos denominaban a las cerveceras, podían vender los excedentes de su producción diaria, para poder conseguir ganancias extra.
PUEBLOS NÓRDICOS
Desde el s. VIII, los vikingos se expandieron desde el norte del continente y conquistaron sin piedad todo lo que pudieron. Pese a su barbarie, tenían sus propias reglas para la elaboración de su cerveza a la que llamaban aul. Era tan preciada para ellos que la consideraban Bajorrelieve galo representando la elaboración de la caelia combustible para sus conquistas, y aunque muchas de sus mujeres acudían junto a ellos a las batallas, la mayoría de ellas se quedaba en los poblados para defenderlos y cuidar de ancianos y niños, por lo que también se encargaban de elaborar la cerveza.
Es más, el destino de todas ellas era el de convertirse en avezadas maestras cerveceras, para lo que se las dotaba de los enseres y el menaje necesario que sólo ellas podían utilizar. Y para ello dictaron una serie de leyes que defendían este derecho.
Más al este, antiguas leyendas finlandesas cuentan cómo la cerveza fue creada por tres mujeres: Osmotor, Kapo y Kalevatar, que preparaban diversas bebidas con las que acompañar sus platos para la boda de la hija de la reina del norte. Probando con diferentes ingredientes y cocciones, llegaron a conseguir algo parecido a una cerveza, pero pensaron que le faltaba algo. No fue hasta que Kalevatar mezcló el brebaje con miel y saliva de oso que surgió la espuma y con ella una nueva bebida.
De Finlandia por cierto, proviene la cerveza Sathi, uno de los estilos más antiguos del mundo que ha perdurado hasta la actualidad. Esta cerveza de enebro y característico sabor ácido, era elaborada principalmente por mujeres, siendo común que las recetas pasaran de madres a hijas.
Desde los primeros movimientos migratorios germánicos, en los que las mujeres elaboraban en los claros de los bosques para evitar a los invasores romanos, hasta las primeras taberneras inglesas, las mujeres europeas alimentaban a sus familias con cerveza elaborada en casa. Poco alcohol, muchos nutrientes y más higiénica que el agua.
Durante el imperio carolingio, la cerveza experimenta un auge sin precedentes. Fabricación, consumo y comercialización se disparan para satisfacer una amplia demanda. No faltaría mucho para que nuevas órdenes religiosas como los Franciscanos y Mínimos o Paulaner empezaran a elaborarla igualmente. Al principio para consumo propio, por ser más segura que el agua, y porque además Liquidum non frangit jejunum (el líquido no rompe el ayuno).
Los monjes empiezan a cultivar sus propios cereales y a vender sus excedentes en los pueblos cercanos dada la corta capacidad de conservación de las cervezas sin lúpulo, acaparando así el pequeño mercado que las mujeres tenían en los pueblos.
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Un poco sobre María Lozano Añino
Cervecera casera desde 2013. Cultivadora aficionada de lúpulo en tierra hostil. Madre, aparejadora y apasionada del papel de la mujer en la historia de la cerveza. Miembro de la ACCE y del desaparecido y sin embargo insigne club, Fuera de Estilo. Aficionada a la cerveza sin más certificación que la que da una barra.
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